viernes, 1 de octubre de 2010

Mirarle los dientes al caballo


A través de diferentes experiencias me di cuenta de que la gente más obsesionada con los regalos es la que más se queja. Con regalos me refiero específicamente a muestras gratis, descuentos, premios de sorteos y ese tipo de cosas.

Al terminar el secundario empecé a trabajar como promotora de supermercados, por lo que mayormente mi laburo consistía en ofrecerle a la gente que pasaba la degustación de un determinado producto. Lo que más recuerdo es cómo la gente se quejaba: porque había tenido que esperar mucho, porque tenía que hacer fila, porque  el vasito de jugo no estaba lleno o el pedazo de pan dulce les parecía demasiado chico. Hasta se me han quejado porque no les gustaba el packaging o mi uniforme.

También me acuerdo de otras promociones en las que regalaba globos y chupetines a los chicos. La gente se volvía loca con cada tanda por lo que no daba a basto, pero pese a eso, había personas que se enojaban porque no les daba 12 globos para sus nietos, sobrinos, ahijados y vecinitos. Incluso recuerdo una señora que se fue indignadísima y me dijo: “mi hijo está en cama enfermo y por tu culpa no voy a poder regalarle una sonrisa, espero que estés contenta”. Señora, cómprele un globo, salen centavos.

Ni hablar de cuando repartía las rifas para el sorteo de productos del local. Pocas veces vi gente tan desesperada. En un momento mi supervisor tuvo que venir a rescatarme de las garras de las viejas que no tenían nada mejor que hacer que pasar el día recorriendo Easy. Pero más allá del caos, recuerdo la gente decepcionada que venía a quejarse porque le había dado los números perdedores.

Es increíble cómo nunca alcanza. Soy una persona que disfruta de los descuentos, pero me cae muy mal la gente fanática de las muestras gratis, sin importar si les gusta o no, si les sirve o no: si es gratis hay que tenerlo. Y encima se quejan. Conozco una página de internet en la que regalan entradas para cine y siempre leo comentarios de gente a la que no le gusta el horario o que está enojada porque no incluye los pochoclos y la gaseosa.

También suelo comprar en una de esas páginas que ofrece grandes descuentos en diversos negocios si compra determinada cantidad de gente y leo quejas porque la entrega de lo que compraron no es inmediata o las reservas las hacen para la semana siguiente sin pensar que si 2 mil personas compraron un combo de sushi a un 20% de su valor, probablemente el local tenga problemas en reservarte una mesa el sábado de esa misma semana.

Yo soy muy quejosa y a veces hasta me pongo fastidiosa de nada, pero realmente me molesta la gente que se queja por algo que ni siquiera tuvo que pagar, y más aún, los que creen que tienen derecho no sólo de quejarse, sino de faltar el respeto y exigir más de lo que les corresponde. Mis épocas de promotora ya se terminaron y, si bien fue un trabajo que disfruté, hoy estoy contenta de que ya sea parte del pasado.

martes, 28 de septiembre de 2010

De chiquitita la llevo en mi memoria…


A muchos la repentina muerte de Romina Yan los hizo pensar en la salud, la finitud de la vida y les despertó una suerte de obsesión hipocondríaca y todo eso. A mí  me hizo recordar cosas de mi infancia, simplemente porque Romina Yan (y más precisamente su personaje en el programa Chiquititas, Belén Fraga) marcó enormemente esa feliz etapa de mi vida.

Recordé todas las cosas que ese programa significó para mí, desde mis 6 años hasta casi entrada la adolescencia. Recordé que la primera vez que lloré con algo que vi en la tele fue con ellos, cuando Ramiro Morán moría y se llevaba a la tumba el secreto de quiénes eran los padres de Mili (el personaje que interpretaba la ya crecida Agustina Cherri). Lo recuerdo como si fuera ayer, porque fue el día en que mi mamá me explicó que lo que veía en la tele era mentira, que sólo estaban actuando (bastante boludona era…)

Por Chiquititas viajé por primera vez en subte, porque mi mamá me llevó a verlos al Gran Rex para mi cumpleaños número 8 (y esa fue la primera vez que fui a un teatro también). Me acuerdo de que había una “promoción” para cumpleañeras en la que las 5 primeras en llegar podían subir al escenario y soplar las velitas con Belén y todos los chicos. Yo llegué tarde, pero como premio consuelo una promotora vestida de hada violeta me regaló un Voucher para cambiarlo a la salida de la obra por merchandising de la novela. Resultó ser una bolsa de tela pedorra de Jhon L. Cook que contenía mil folletos con publicidades y el Cd del año anterior. Una estafa, pero yo salí súper contenta.

A medida que fui creciendo dejé un poco de lado mi fanatismo por Chiquititas porque me aburría, pero no me duró mucho, ya que en el nuevo colegio al cual me habían cambiado en el año 2000, no se hablaba de otra cosa. Lo volví a mirar con desgano para ver de qué hablaban todos y, nuevamente, caí en las garras de Cris Morena.

En esta ocasión ya estaba un poco más grande (12 años) y dejé de mirar tanto los colores, canciones e historia de las huerfanitas y me enamoré perdidamente del personaje del mexicano Felipe Colombo, que me llevó a juntar el álbum de figuritas, a bailar junto a mis compañeras de grado la canción “Luz de estrella” para el acto de fin de año y miles de etcéteras.

Quedan seguramente muchas cosas de las cuales me estoy olvidando, pero me resulta increíble ver todas las etapas por las que pasé mirando Chiquititas y todos los recuerdos de mi infancia que están atravesados por esta novela que hacía todas las nenas tuviéramos, por un instante, ese deseo horrible de haber sido huérfanas para poder vivir aunque sea un tiempito en el hogar Rincón de Luz.

jueves, 26 de agosto de 2010

Benihana: el McDonalds del sushi

El viernes pasado fui a comer a Benihana, un “restaurant” del shopping portaño Alto Palermo que sirve comida japonesa (y no sé si ponerle las comillas a comida o a japonesa…)

Cuando llegamos hicimos cola para que nos atendieran en el mostrador donde nos tuvieron esperando un rato porque “la chica que acomoda estaba ocupada”.  Después de unos minutos nos dieron el menú y nos acomodaron en nuestra mesa. El lugar no estaba mal decorado, pero era ruidoso como si estuviéramos en el patio de comidas del shopping. Eso, y el volumen de la música, no te dejaban hablar en un tono normal. Creo que en un momento desistí de intentar mantener una conversación tranquila.

Lo siguiente fue abrir el menú y ver los precios. Si me hubieran dicho arriba las manos en la entrada hubiese sido más fácil y rápido. El “Sushi combo” (16 piezas) salía $61. Con mi novio nos resignamos (después de dudar si nos levantábamos y nos íbamos) y decidimos quedarnos y pedir. Grave error.

Pedimos una entrada de Shrimp Tempura (Tempura de langostinos $36) y de plato principal Sushi (10 piezas de New York Roll $35 y 10 piezas de Katana Roll $39). La entrada consistía en 4 piezas de langostinos y 6 de vegetales, es decir, una estafa. Pero peor aún, era cualquier cosa menos tempura: parecían rabas de langostino que chorreaba aceite y se desarmaba todo. Un asquete.

Una vez que terminamos, nos quedamos esperando el Sushi que tardó más de media hora, con lo que sumado al tiempo que tardamos en comer la entrada fue una hora aproximadamente y lo peor (sí, siempre empeoraba) es que cuando le dijimos al mozo, nos contestó de mala manera que esto “no era que se sacaba armado de un cajón”, sino que “se hacía en el momento con todo fresco”. Bueno, el producto final contradecía estas dos enunciaciones.

Para empezar, el arroz estaba mal hecho: mal condimentado y sin la textura característica que tiene el sushi. El sésamo era tostado, por lo que tapaba el gusto de todo el resto y los ingredientes estaban desproporcionados, lo que hacía que se taparan los sabores entre sí. El “New York Roll” tenía salmón, palta y pepino y el “Katana Roll” tenía langostinos empanizados, queso Philadelphia y fideos de arroz crocantes, cubierto con salmón rosado, láminas de lima y salsa teriyaki. La verdad es que después de comer me quedó gusto a milanesa en la boca ¡todo un logro para cualquier sushiman!

Por el ambiente y la calidad de la comida me sentí en un McDonalds, lo único que me bajó a la realidad fue el precio, muy superior a su competencia. Mi conclusión es que si no quieren tirar plata a la basura no vayan, fue una experiencia para olvidar… o para recordar y prevenir a otros. Al salir me sentí tan mal que de ahí me fui a un café y me comí un Lemon Pie para reparar mis papilas gustativas y poder volver con una sonrisa en la cara después de la estafa que Benihana ofrece a sus clientes.

martes, 24 de agosto de 2010

La camiseta de Fibertel

Hace bastante que no veo a nadie defender una empresa de internet tan férreamente como ocurrió estos últimos días con Fibertel. Si yo hubiera sabido antes que esta empresa era tan  rápida, barata, no se cortaba nunca, tenía una atención excelente y demás características que ahora algunos usuarios le atribuyen, no hubiera dudado en cambiarme. Si todas las demás empresas son una porquería y la única buena que existía (y por unos meses más existe) era Fibertel, todos los que tenemos las otras somos simplemente masoquistas o nos gusta tirar la plata a la basura.

Igual la calidad del servicio queda en un papel secundario en este caso, porque nadie debería querer ser parte de una empresa que no esté en regla, sin importar qué tan bueno sea lo que ofrece. A mí particularmente me molesta un poco ya la pelea Gobierno-Clarín y creo que al oficialismo no le hace nada bien esta campaña.

Me parece hasta divertido que ahora todos los miembros opositores del Gobierno tengan Fibertel. El otro día escuché a Pino Solanas decir que él tiene un montón de contactos internacionales con su casilla de correo de este proveedor y que esta medida lo perjudicaba. Empezando por él y siguiendo por todos los que se están quejando por tener  folletería con un mail @fibertel, ¿no es poco serio que una empresa tenga una casilla de correo con el nombre de un proveedor de internet? Y más grave aún: ¿No es publicidad para Fibertel? Si sacar un dominio es fácil y gratis, ¿por qué una empresa tiene todos sus contactos ligados a otra empresa? Y una de internet, ni siquiera un servidor como Hotmail o gmail que de última es mucho más sólido. Recuerdo que mi mamá hace unos años tenía uolsinectis y usaba su casilla de correo con ese nombre. Cuando se prendió fuego y de un momento a otro los usuarios se quedaron sin servicio, no escuché tanto revuelo como ahora con los perjuicios que causa que una empresa cierre. Además, dan 90 días para cambiarse. ¿Qué hubiera pasado si la empresa quebraba? O ya que como persona jurídica Fibertel no existe, ¿qué pasaba si de un día para el otro se “disolvía”?

Nunca vi a nadie ponerse la camiseta de una empresa como ahora. Sí, es una lectura ingenua, porque la camiseta no es de Fibertel sino de la oposición al gobierno, pero aún así, los fanatismos no llevan a ningún lado, hay que informarse y tener opinión propia, separar las cosas y no ser oposición por oposición. No atarse a Fibertel porque “el gobierno está en contra” (como con el campo, Clarín o cualquier otra cosa) y sin perder la mirada global, tratar de separar un hecho de otro y analizarlo de manera independiente.